La noche en París prometía magia. Las luces de la ciudad iluminaban nuestras caras, y el ambiente de una discoteca repleta de vida nos envolvía. Estaba con Natkin, mi compañero de aventuras y de vida, y con Fabio, nuestro amigo de comentarios chispeantes e imprudencias necesarias.
Esa noche parecía una más, hasta que el destino, o una extraña coincidencia, me puso frente a una posibilidad que nunca imaginé: cruzarme con Pablo Alborán, mi cantante favorito.
Desde que conocí a Natkin, le confesé que las canciones de Pablo eran mi refugio emocional. Cuando el cantante declaró públicamente que era gay, el mundo se alborotó; yo no. Mi admiración por su música siguió intacta. Pero, sinceramente, jamás pensé que algún día pudiera encontrarlo en persona, mucho menos en una discoteca en París.
En medio del bullicio, mis ojos se posaron en un chico que no lograba ignorar. Había algo en su rostro que me resultaba familiar. Intrigado, le comenté a Natkin:
—Ese chico se parece a Pablo Alborán, pero no puede ser él.
Natkin, con su calma habitual, me miró y dijo algo como:
—Bueno, quizás sea su doble.
Decidí dejar el tema ahí. Después de todo, ¿qué probabilidades había? París está llena de rostros y misterios. Sin embargo, cuando fui al baño y me quedé esperando a Natkin, apareció ese chico de nuevo. Se lavaba las manos, y esta vez lo miré más detenidamente. Tenía un lunar en el rostro, muy similar al de Pablo, pero también llevaba bigote, algo que nunca había visto en el cantante. Mi corazón latía rápido mientras intentaba descifrarlo con la mirada. Finalmente, descarté la idea. No podía ser Pablo Alborán.
Volví al grupo, pero el pensamiento seguía rondándome. Fabio, con su estilo directo, me lanzó:
—¡Gorda, pregúntale!
Yo, tímido hasta el punto de la autotraición, dejé pasar la oportunidad. Después de todo, la posibilidad de que fuera realmente él era mínima, ¿verdad?
Al día siguiente, mientras revisaba Instagram, mi corazón dio un vuelco. Ahí estaba, la primera publicación en mi feed: Pablo Alborán en París. No solo en París, sino en la misma discoteca en la que habíamos estado.
Sentí una mezcla de emociones: incredulidad, frustración y un toque de humor irónico. Había estado a pocos metros de una de las personas que más admiro, y lo dejé pasar por miedo a parecer ridículo.

La enseñanza que me deja esta historia
La vida nos pone frente a oportunidades inesperadas, pero muchas veces nuestro temor al qué dirán o nuestras inseguridades nos paralizan.
Esa noche, perdí la oportunidad de conocer a alguien que marcó una parte importante de mi vida con su música, todo por no atreverme a dar el paso.
La enseñanza es clara: el “¿y si…?” puede convertirse en uno de los arrepentimientos más incómodos de nuestra existencia. Así que, si alguna vez tienes la corazonada de estar frente a algo grande, no dudes en actuar. Pregunta, sonríe, arriesga. Puede que no sea Pablo Alborán, pero podría ser un momento que marque tu vida para siempre.
Y si alguna vez este relato llega a Pablo, solo quiero decirle: Perdona mi timidez, pero gracias por la música que me ha acompañado incluso en noches de oportunidades perdidas.