Crónica de un día en la costa belga de Ostende: pedimos un deso.

El día comenzó, como muchos de nuestros viajes, con una pequeña discusión entre Eduardo y yo. Y es que Eduardo tiene esta fascinante (y algo frustrante) manía de llevar su cámara y el dron a todas partes, como si estuviéramos grabando un documental de la BBC en cada salida. No es que me moleste mucho, pero a veces siento que podríamos simplemente usar el móvil para algunas fotos, ¿no? ¡Pero no! ¡Siempre hay que cargar con todo el equipo, aunque al final, misteriosamente, él termine tomando la mayoría de las fotos con su teléfono!

—No entiendo por qué insistes tanto en llevar la cámara y el dron si luego usas el móvil —dije mientras cargaba el coche, sabiendo que esta conversación no tendría un final distinto al de siempre.

Eduardo, por supuesto, ya estaba organizando su “kit de fotógrafo profesional” como si fuéramos a una misión especial. Me miró con una sonrisa tranquila, esa que usa cuando está a punto de darme una explicación que ya he escuchado mil veces. —Es por si acaso… Nunca se sabe cuándo la necesitaré —dijo, con esa seguridad que siempre me hace reír.

—Ajá, claro… “por si acaso”. ¿Cuántas veces has usado el dron en nuestras escapadas? —pregunté, con un toque de broma mientras le daba un pequeño golpe en el hombro.

Él se rió y encogió los hombros. —Esta vez será diferente —respondió, mientras yo solo rodaba los ojos.

El viaje a Ostende: El equipo completo… otra vez

Y así, con la cámara, el dron, y una maleta cargada de expectativas (y paciencia por mi parte), emprendimos nuestro camino a Ostende, una de esas ciudades costeras que parecen estar esperándonos siempre con su mar imponente y su viento fresco. El viaje fue una mezcla habitual de nuestras charlas, bromas, y mi constante asombro por cómo Eduardo insiste en planificar cada detalle, aunque al final improvisamos todo.

—Prometo que esta vez sí usaré el dron —dijo, como si supiera lo que estaba pensando—. Quizás logre grabar una toma de las olas o algo épico.

Yo solo reí. —Vale, pero si otra vez acabas grabando desde el móvil, esta vez lo dejarás en casa la próxima, ¿trato hecho?

Él asintió, con esa mezcla de emoción y desafío que lo hace tan adorable.

Llegada a Ostende: La batalla del viento y las fotos

Cuando llegamos a Ostende, el viento del mar del Norte nos recibió como un buen amigo al que no veíamos desde hace tiempo. Apenas bajamos del coche, Eduardo ya estaba sacando su cámara de la funda, mientras yo miraba el horizonte. Las gaviotas volaban sobre la playa, y el sonido de las olas era relajante, pero de alguna manera, las risas de los niños que jugaban con sus cometas completaban el paisaje. Era el escenario perfecto para disfrutar.

—¿Ves? Aquí es donde la cámara marca la diferencia —dijo Eduardo, intentando estabilizarse contra el viento para tomar la foto perfecta.

Yo, mientras tanto, había sacado el móvil y ya estaba tomando algunas fotos rápidas. Eduardo, al notar mi “rebeldía tecnológica”, me lanzó una mirada divertida. —¿En serio? —preguntó—. Con esa luz, ni de lejos va a salir bien.

—Claro que saldrán bien —respondí, orgulloso de mi capacidad de encontrar la “toma ideal” sin todo el equipo de Eduardo.

Unos minutos después, Eduardo, todavía luchando con el viento para hacer despegar el dron, terminó, una vez más, usando su móvil para captar una instantánea de nosotros frente al mar.

—Otra victoria para el móvil —dije, triunfante.

Al final siempre acabo llevando una de las dos mochilas, o el dron o la cámara.

—¡Es que el viento es demasiado fuerte! —se excusó, guardando el dron con una leve sonrisa.

Un paseo por el puente de la costa: El lugar perfecto para inmortalizar recuerdos

Después de nuestros intentos fallidos de “fotografía profesional”, decidimos dejar el equipo en el coche y hacer algo que ambos disfrutamos: caminar. Fuimos directo al puente de la costa, una estructura que parece haber sido diseñada para posar en fotografías de postales. El viento seguía juguetón, despeinando a todos los que nos cruzábamos, pero el paisaje valía la pena. El azul del mar y el cielo se fusionaban de una manera que solo podía capturarse, sí, con una buena cámara. Pero esta vez, no iba a decirlo en voz alta.

Nos detuvimos en el puente para disfrutar del momento. Eduardo, siempre tan detallista, me tomó de la mano. —A veces olvidamos lo importante que es parar un momento y solo… observar.

Le sonreí, sintiéndome en paz. A veces, la mejor fotografía es la que se queda en la memoria.

Un deseo secreto: Un pacto con el mar

Después de nuestra caminata, terminamos de vuelta en la playa. El sol empezaba a bajar, pintando el cielo de tonos anaranjados y rosados. Había algo en ese momento que me hizo sentir que estábamos exactamente donde debíamos estar. Sin decir una palabra, ambos nos acercamos a la orilla, dejando que el agua tocara apenas nuestros pies.

Cerré los ojos, tomando un respiro profundo. —¿Qué te parece si hacemos un deseo? —le dije, mirando el horizonte—. Algo que sea solo nuestro.

Eduardo sonrió. —De acuerdo, pero tiene que ser un secreto. Si se cumple, volvemos aquí para agradecérselo al mar.

Asentí, y ambos, en silencio, hicimos nuestro deseo. Un anhelo que, si la magia del mar nos concedía, nos haría regresar a este mismo lugar, de la mano, para celebrarlo.

Un almuerzo junto al mar: Croquetas y momentos perfectos

El hambre ya empezaba a notarse, y no hay mejor manera de cerrar un día en la costa belga que con un buen plato de croquetas de camarones y una copa de vino blanco. Encontramos una terraza con vista al mar y nos acomodamos, disfrutando del aire fresco y la calidez del sol que aún quedaba.

Mientras comíamos, me burlaba de Eduardo por su “amor incondicional” hacia su cámara y dron. —A ver, ¿cuántas fotos tomaste hoy con el móvil? —le dije, levantando una ceja.

—Vale, vale, hoy ganó el móvil —admitió, levantando su copa para brindar—. Pero el próximo viaje… será diferente. Lo prometo.

Reímos, brindando por otro día lleno de momentos inesperados y risas. Al final, lo que hace especial cada viaje no es la tecnología que llevamos, sino cómo disfrutamos del presente, incluso si eso significa dejar el dron guardado y vivir el momento.


FAQs

¿Por qué Ostende es un buen destino para un viaje corto?

Ostende es ideal porque combina hermosas playas, una rica oferta cultural y una vibrante vida costera, todo en un entorno fácilmente accesible desde cualquier parte de Bélgica.

¿Qué platos típicos se deben probar en Ostende?

Las croquetas de camarones y los pescados frescos son imperdibles para disfrutar de la auténtica cocina belga costera.

¿Vale la pena llevar cámara y dron a la costa belga?

Aunque siempre es útil tener una buena cámara y dron, el viento y el clima pueden complicar su uso. Pero si eres un apasionado de la fotografía como Eduardo, ¡quizás valga la pena intentarlo!

¿Qué hacer en Ostende además de la playa?

Visitar el puerto, pasear por el puente de la costa, y explorar los museos son actividades que complementan un día perfecto en esta ciudad costera.

¿Cuál es la mejor época para visitar Ostende?

El verano es la temporada más concurrida, pero primavera y otoño ofrecen un clima más suave y menos aglomeraciones.

¿Cómo llegar a Ostende?

Se puede llegar fácilmente en coche, como lo hicimos nosotros, o en tren desde Bruselas. Ambas opciones son cómodas y rápidas.


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